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sábado, 26 de abril de 2014

Proyecto de abril: El personaje

Ramón retiró la sábana que cubría el cadáver y observó a su "cliente" pensativamente. Un hombre  de unos cuarenta y muchos. Tenía unas facciones poco delicadas, quizá debido a su constitución algo entrada en carnes y una barba de pocos días que comenzaba a blanquear le cubría parte del rostro. Sí, su cara le sonaba vagamente.
Cogió el bisturí y comenzó a tararear una de sus muchas melodías inventadas a la vez que conectaba el cuerpo a la bomba que le extraería la sangre y haría circular por sus venas un caudal de sustancias químicas que preservarían el cuerpo hasta el funeral. Dejó trabajar a la máquina y, mientras tanto, se quedó pensando en aquel hombre que yacía frente a él. No conseguía recordar dónde lo había visto antes. Hizo un repaso de su semana y, al no conseguir ubicarlo, tomó el cuaderno del forense que descansaba sobre la mesita auxiliar al lado de la camilla. Falleció el miércoles dieciséis de abril.  Causa de la muerte: Insuficiencia de oxígeno. Asesinato. Ramón gruñó y volvió a dejar los papeles donde estaban. Se inclinó hacia el cadáver e inspeccionó el cuello buscando... ¡Ahí estaba! Un pequeño hilo amoratado que rodeaba sus garganta justo bajo su nuez de Adán. Era, sin ninguna duda, otra de las víctimas del asesino en serie de Santa Cruz del Valle, un pequeño pueblo perdido en las montañas.
Ramón desconectó la bomba al oír el pitido de la máquina y procedió a arreglar su cara para que se asemejara lo máximo posible a como había sido en vida. Hurgó entre los papeles del pedido de la familia hasta dar con la foto del difunto. La contempló detenidamente, rebuscando en su memoria aquel rostro tan familiar. ¡Ya lo tenía! Su cara se iluminó cuando recordó quién era aquella persona. Cogió el maquillaje y volvió a tararear alegremente mientras se dedicaba al rostro del cadáver. Entre tanto su mente comenzó a divagar sobre aquella noche.
Lo conoció en un pequeño bar, donde el muerto se encontraba bebiendo cabizbajo. Al verlo, ya supo que algo no iba bien con él; pero fue cuando empezó a balbucear que quería morir, que merecía morir, cuando decidió que debía ayudarlo. Esperó a que saliera del local para seguirlo y ofrecerle ayuda. Él, borracho y llorando desconsoladamente, permitió que le apoyara en su hombro y le acompañara hasta su casa. Ramón aún podía recordar su cara de estúpida sorpresa al sentir el nailon del sedal rodeando su cuello. Intentó gritar, pero el fino hilo había oprimido su tráquea y solo pudo emitir un lastimero gemido ahogado. Fue entonces cuando comprendió que iba a morir, y dejó de manotear desesperadamente. Se limitó a mirar fijamente a Ramón, con una mezcla de aceptación y comprensión brillando en sus ojos claros, hasta que cayó al suelo para no despertar.
Aplicó la última pincelada de color a las mejillas del difunto y sonrió satisfecho. Lamentaba que apenas le quedaran unos meses para su jubilación, echaría de menos la ironía de su trabajo. Al final y al cabo, sólo él tenía la oportunidad de devolver la vitalidad a los cuerpos de los que él mismo la robaba.

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